En Viaje

Los últimos cien kilómetros que me acercaban al mar se bañaron en la tristeza que ya amenzaba infinita. Tanto que, a pesar de tocar la medianoche, disminuí la velocidad del último tramo para reponerme un poco. Pesaba el aire, los minutos, la oscuridad, el silencio de ausencia, lo que fué y lo que no tuvo el tiempo para.
Dormirme como resultado de la batalla desatada entre mil imágenes y el tiempo huyendo de mí hacia el sol de la mañana no pareció el mejor augurio.
Es que la noche agiganta el dolor oscureciendo dudosos presagios.