Rito de Desanudar
Abril regresa atrás en el tiempo al pisar el empedrado, avanzando con esfuerzo, porque desearía dejarse caer y morir allí mismo. Lo impiden los restos de sabiduría que aún en aquel sin sentido la acompañan para cumplir con los ritos que son parte de su naturaleza inmortal.
Abril conoce los ritos.
Peñascos que envuelven profundos silencios azules, ojos enormes que asustados no acuden a la voz que invita, lobos que aúllan entre los cuerpos explorando, cavernas oscuras que contienen el amor expandido, guerreros que aceptan misiones, regresos en tiempos desconocidos, plenitudes envolventes que apaciguan, certezas que descorren velos acumulados.
Abril cumple con los ritos.
Con el deseo de que en vez del sol que ilumina la tarde sólo se escuche el sonido de la lluvia, que tardía llegará recién mañana. No como aquella otra vez que estuvo cuando fue preciso. Es que ella atraviesa los momentos con la certeza de instantes únicos.
Entonces luego regresa a cumplir los ritos que atan y desatan los lazos.
Y camina tomando posesión de lo que ya no le pertenece, doliéndose en los bares, quemándose con la madera de las mesas escritas por otros, certifica los vacíos y desea morirse una vez más.
Porque no hay rito alguno que pueda devolverle los viajes que jamás podrá hacer sola, el regreso a los sitios que conoció simplemente porque estaba uniendo las partes del todo. Y la fiebre ya no la alcanza porque no abarca la dimensión de su dolor, ni la falta de aire la ahoga como ella desea que sucediera en este mismo instante. El oxigeno intoxica sin matar. Y es peor.
Abril es ahora sólo un cuerpo vacío, deshabitado, ojos que no afrontan, despojo sin forma que cumple con el rito de abandonar.
Desanuda lo anudado.
Deshace lo deshecho.
Espera en la ausencia.
En un tiempo sin distancia.
Abril quiere morir en este mismo instante y por momentos ruega con fuerza que alguien la rescate, heroicamente. Mientras cumple con el rito de marcar con tiza el punto de giro donde la historia personal sufre una transformación renovadora sin saber siquiera que aquel punto se instala indeclinable en la base misma de lo que venía siendo.
En algún sitio indefinido alguien festeja el giro abrazando en su evolución a la pequeña niña que ahora está en cuclillas dibujando con su tiza una cruz en alguna de las piedras de aquel lugr inconfundible. Por dentro se desangra, por fuera le duele el sol. En el alma y en los ojos. Porque lo que está hecho no puede volverse atrás con rito alguno y no hay fuerza humana que atrape lo que no está. Entonces Abril recoge su dolor porque su don le ha dicho que es parte del proceso. Pero no detiene el rito de desanudar.
El rito de deshacer.
El rito de abandonar.
El rito de cerrar. Y dejar ir.
Suelta. Desliga. Despide.
Se derrama entera cumpliendo con aquel rito.
Hasta vaciarse...
Abril conoce los ritos.
Peñascos que envuelven profundos silencios azules, ojos enormes que asustados no acuden a la voz que invita, lobos que aúllan entre los cuerpos explorando, cavernas oscuras que contienen el amor expandido, guerreros que aceptan misiones, regresos en tiempos desconocidos, plenitudes envolventes que apaciguan, certezas que descorren velos acumulados.
Abril cumple con los ritos.
Con el deseo de que en vez del sol que ilumina la tarde sólo se escuche el sonido de la lluvia, que tardía llegará recién mañana. No como aquella otra vez que estuvo cuando fue preciso. Es que ella atraviesa los momentos con la certeza de instantes únicos.
Entonces luego regresa a cumplir los ritos que atan y desatan los lazos.
Y camina tomando posesión de lo que ya no le pertenece, doliéndose en los bares, quemándose con la madera de las mesas escritas por otros, certifica los vacíos y desea morirse una vez más.
Porque no hay rito alguno que pueda devolverle los viajes que jamás podrá hacer sola, el regreso a los sitios que conoció simplemente porque estaba uniendo las partes del todo. Y la fiebre ya no la alcanza porque no abarca la dimensión de su dolor, ni la falta de aire la ahoga como ella desea que sucediera en este mismo instante. El oxigeno intoxica sin matar. Y es peor.
Abril es ahora sólo un cuerpo vacío, deshabitado, ojos que no afrontan, despojo sin forma que cumple con el rito de abandonar.
Desanuda lo anudado.
Deshace lo deshecho.
Espera en la ausencia.
En un tiempo sin distancia.
Abril quiere morir en este mismo instante y por momentos ruega con fuerza que alguien la rescate, heroicamente. Mientras cumple con el rito de marcar con tiza el punto de giro donde la historia personal sufre una transformación renovadora sin saber siquiera que aquel punto se instala indeclinable en la base misma de lo que venía siendo.
En algún sitio indefinido alguien festeja el giro abrazando en su evolución a la pequeña niña que ahora está en cuclillas dibujando con su tiza una cruz en alguna de las piedras de aquel lugr inconfundible. Por dentro se desangra, por fuera le duele el sol. En el alma y en los ojos. Porque lo que está hecho no puede volverse atrás con rito alguno y no hay fuerza humana que atrape lo que no está. Entonces Abril recoge su dolor porque su don le ha dicho que es parte del proceso. Pero no detiene el rito de desanudar.
El rito de deshacer.
El rito de abandonar.
El rito de cerrar. Y dejar ir.
Suelta. Desliga. Despide.
Se derrama entera cumpliendo con aquel rito.
Hasta vaciarse...
Etiquetas: abandonar, Abril, ausencia, cerrar, Dejar ir, deshacer, desilusión, morir, Rito de Desanudar, sabiduría
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